Desde hace un tiempo se supo que la llegada de Julio González Villa al Concejo de Medellín era bajarle la categoría de debate del recinto, pues es conocido que va como el vocero de un decadente proyecto político y a hacerle campaña a su proceso de revocatoria.
Los anuncios realizados en los días previos a la llegada del recinto y en su mismo discurso muestran que representa todo menos la renovación que busca la ciudad que está cansada de esos políticos tradicionales, ultra conservadores y fanáticos.
Desde ya se puede percibir que su paso por el Concejo de Medellín va a dar más pena que gloria, y que así como llegó con curul regalada va a ser incapaz de anteponer el bienestar de la ciudad que sus vacíos deseos de votar todo NO, a pesar de lo que implique para la ciudad, su calidad y su patrimonio.
No en vano el también concejal Alex Florez había anticipado que González iba a ser la representación de una persona sin escrúpulos y lleno de todas las manías que representa el uribismo.
En definitiva el señor González no se repone de la quemada del 2019 que él y su candidato a la Alcaldía de Medellín Alfredo Ramos, el hijo de hoy condenado por parapolítica, tuvieron. Y al igual que su lamentable intervención en la audiencia de la revocatoria que no dio sino risa, así mismo serán sus medievales discursos para rechazar proyectos y atacar porque seguramente no tendrá nada que ofrecer.
Como dicen por ahí “el que perdió, perdió”, y este premio de consolación de llegar a la mitad del periodo del concejo, es como cuando uno le regala un dulce a un niño para que deje de llorar. Al final, su posesión no tuvo ninguna trascendencia, y según lo que se murmura en los pasillos del concejo municipal, su llegada es como un cero a la izquierda, no representa nada.
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